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lunes, 2 junio, 2025
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Pejerreyes en Tucumán: piques sutiles en El Cadillal

El termo está recién llenado y mi anfitrión pasa a la hora indicada por mi hotel céntrico. De San Miguel de Tucumán transitamos la Ruta 9 hacia el norte celebrando el encuentro con unos verdes y buena charla. En apenas 20 minutos salimos del asfalto y, ya metidos en camino sinuoso de tierra hacia Ticucho, la selva de yungas se hace sentir. Minutos después la senda se angosta y en el camino del perilago hasta siento una baja de la temperatura. Antes de llegar al río Tapia, doblamos por el ingreso al Club Tucumán de Pesca y Regatas. El verde lo invade todo cuando finalmente desembocamos en el coqueto tramo costero regenteado por esta institución, que mantiene el césped prolijo, las pintorescas cabañas con paneles solares en alquiler y, en las orillas, los ahusados botes ideales para moverse en diques, prontos para salir a pescar. Voy a cargar el matero en el bote (mi único aporte en esta salida donde iban a darme todo), pero mi nuevo amigo me invita primero a pasar a su cabaña. Su orgullo. Sigo cebando adentro.

Solo dos anzuelos

Ezequiel Mira es vicepresidente de este club y muestra complacido cada avance hecho a pulmón, al tiempo que nos cuenta cómo las autoridades han decretado un combate contra toda intrusión ilegal en estos terrenos protegidos de biodiversidad maravillosa, mandando a desalojar a quienes han hecho construcciones sin permiso incluso por debajo de la cota de llenado máximo del lago del dique, algo sumamente peligroso.

A ritmo sereno y mientras ata anzuelos tipo Wormer Nº 4 en los balancines caseros hechos con alambres especiales, Mira nos va poniendo al tanto de modalidades y reglamentaciones locales, como la de un máximo permitido de dos anzuelos y 30 piezas por persona sin límite de tamaño (es que en este dique que se resiembra anualmente, lo raro es que el peje llegue a 25 cm, no que pase esa medida). Con porteña ansiedad espero el momento de tocar el agua… pero aquí es clave hacer un gran trabajo abajo para luego tener éxito y variantes cuando el pique se corta.
Renuevo yerba mirando los aprontes de mi anfitrión. Me entero de que el cadillo, un fruto con pequeños radios como pinches blandos, es lo que da nombre al dique El Cadillal. Que este dique embalsa agua de río Salí, que recibe ese nombre al entrar en territorio tucumano (en Salta como río Tala). Tras el dique El Cadillal continúa como río Salí y llega hasta el embalse de Termas de Río Hondo, donde después recibe el nombre de río Dulce.
El mate se empieza a lavar. Mi anfitrión sigue cargando su bolso-balde de pesca. Mete balancines y trompitos (boyas gorditas y cortas con un palito) y también boyas largas y de palito largo y fino para las líneas ancladas (como el balancín pero con una plomada abajo que trabaja tocando fondo y manteniendo las brazoladas trabajando unos centímetros más arriba).
Empiezo a mirar el reloj y a relojear la copa de árboles que se van moviendo cada vez más con un viento que se va levantando de a poco. Ezequiel prepara carnadas. Son mojarras fileteadas prolijamente y cada filet chato se mantiene entre dos nailons. “Hay que hidratarlas”, dice mientras en un organizador del tipo donde llevamos señuelos pequeños vuelca un líquido misterioso. Corta los filets en lonjitas de 1 por 0,5 cm y las manda al hidratante, que indefectiblemente huele a pescado. 
“Listo”, dice al fin. “Ya tomamos mucho mate, mejor no lo llevo”, propongo. Y Mira me dice que está bien, que necesitamos tener caña en mano y ojo atento para no errar pique. 
Al fin entramos al agua. En dos piolazos el motorcito ruge y empieza a trasladarnos aguas adentro en este lago de hasta 30 m de cota. Las sierras de Medina se van agigantando mientras navegamos hacia ellas. Me siento pequeño ante estas inmensidades. Tras 10 minutos de marcha Mira para y me dice que espere con el ancla de adelante en la mano mientras él trabaja con la de atrás hasta trabarla en el fondo, 5 metros más abajo. “Ahora sí, soltá y dale 5 metros”. Hago caso y ato en la cornamusa el cabo. El bote queda anclado de atrás y de adelante de forma segura. Es una embarcación de poca manga y hay que moverse con cuidado para no desbalancearla, máxime con el viento reinante que cada vez agita más el agua. “Estamos en lo que era el viejo cauce del río Salí antes del embalse”, explica Ezequiel.

Las cañas son de 2,70 m, los reeles tipo 2500 con multifilamento del 0,12. Un nudo corredizo nos permitirá regular profundidad. Arrancamos con boyas trompitos a las que hacemos trabajar casi al límite de su flotabilidad cortando plomito de a poco y dejando el balancín trabajar cerquita del fondo. Las mojarras nos enloquecen tomando el oloroso cebo y al rato nos damos cuenta de que hay que cambiar de lugar. Vamos a una zona más baja y más cerca de las sierras. Aquí sí encontramos la pesca.

Piques desafiantes

Los pejes son pequeños pero desafiantes. Es clave detectar en la forma de hundir las boyas si estamos ante molestas mojarras o pejerreyes desconfiados. La mojarra ametralla, el trompito es tironeado con vehemencia, sube y baja bruscamente. El pejerrey hunde con suavidad, o lleva de costado, o acuesta la boya si pica hacia arriba. Aprender eso requiere cierta práctica, pero enseguida nos ponemos en carrera.
Es raro pescar en un ámbito sin tener aspiraciones de tamaño, sabiendo que la pesca es menuda, salvo raras excepciones –que son noticia– donde aparece algún matungo de kilo, sobreviviente de otros tiempos.
Mira en un momento cambia de línea y pesca anclado, es decir, con un balancín con un plomo abajo tocando fondo. Saca un doblete y no duda: “Dame tu caña que te pongo línea anclada a vos”. El cambio es un éxito, el pique de pejerreyes se activa con la línea detenida (estaban haraganes, a diferencia de otras veces donde están más cazadores y la línea en movimiento es un estímulo) y la cosecha aumenta, devolviendo una cantidad de ejemplares que han salido de la boca y dejando a bordo sólo aquellos tragados. No quiero sacrificar peces inútilmente y damos por concluida la faena. 

Levantamos las anclas y vamos con motor ronroneando hacia la costa, despacio, mirando a los aficionados orilleros pescar con torombolo, una boya especial que tiene buen peso para lanzar y trabaja semi sumergida en una línea donde adelante y separada metro y medio del torombolo hay una pequeña boya chupete (recordemos que aquí se pesca solo con dos anzuelos).    
Misión cumplida. Hicimos una pesca distinta, sutil y entretenida. Y en una postal donde la privilegiada geografía tucumana muestra su mayor esplendor. Llegamos a costa. “Ahora sí Ezequiel, con la pesca hecha y más tranquilos. ¿Por qué no nos tomamos unos mates?”, propongo. “¡Meta!”, responde rápidamente mi compañero. 

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