18.1 C
Buenos Aires
miércoles, 27 agosto, 2025
InicioDeportesLas manos en el fuego

Las manos en el fuego

Durante muchísimo tiempo fue común recurrir a la prueba de fuego para averiguar si el acusado de un delito grave era o no culpable. Las leyes anglosajonas establecían cuántos pasos debía caminar el incriminado sosteniendo en las manos un hierro ardiente. Si lograba llegar al final sin soltarlo era proclamado inocente. Si no, se lo condenaba a muerte. Cuando corría la Edad Media se sobrentendía que Dios ejercía un arbitraje celestial ciertamente infalible gracias al cual quienes no hubieran hecho nada malo pasarían la prueba exentos de daño. Y viceversa.

Cuenta Héctor Zimmerman en su libro Tres mil historias de frases y palabras que decimos a cada rato que de allí viene lo de poner las manos en el fuego para responder por la conducta de otra persona. Lo que indica que con el tiempo hubo una tercerización de la garantía. Martín Menem,por ejemplo, avisó el lunes que él pone las manos en el fuego por Lule Menem y por Karina Milei (aunque nadie vio que efectivamente lo hubiera hecho porque el desarrollo de los métodos forenses modernos permitió convertir a la justicia ígnea en una inofensiva metáfora). En cambio, Guillermo Francosdijo la semana pasada, al comenzar el Spagnuologate, que él no ponía las manos en el fuego “por ningúnfuncionario”. Francos dejó sin aclarar si las pondría por personas que no fueran funcionarios. Por ejemplo, ese sería el caso de Santiago Caputo, contratado como asesor bajo el régimen de prestación deservicios profesionales autónomos.

Central en los tiempos de las Cruzadas, el tema de las manos también tiene una larga historia en el peronismo, donde hasta se llegó a producir una macabra confusión entre metáfora y manos reales. Ya a comienzos de los años cincuenta el antiperonismo apodó al presidente Perón “Venus de Milo”. Perón enfrentaba un cuadro de inflación, sequía y falta de divisas. Impuso restricciones a la salida de dólares y enseguida Estados Unidos le ofreció un préstamo a un consorcio de bancos argentinos para que se les pudieran pagar las deudas a los exportadores norteamericanos. El 1° de mayo de 1950, cuando preparaba su reelección, Perón rechazó el ofrecimiento ante el Congreso en términos dramáticos: “me corto las manos antes que firmar cualquier cosa que signifique un préstamo para mi país”. Poco después llegó a un acuerdo por 125millones de dólares. Y treinta y siete años más tarde, nunca se supo de manera fehaciente por qué, para qué ni por quién, al cadáver de Perón le fueron amputadas ambas manos.

Las autoridades mileístas que ahora se dividen entre exponerse o no al fuego de la verdad respecto de terceros como si se tratara de tildar la opción binaria de un reto de las redes sociales no hacen más que replicar el comportamiento de los mandamases kirchneristas de una década y media atrás. “A mí me enseñó Néstor Kirchner -decía Aníbal Fernández cuando Amado Boudou empezaba a ser investigado por Ciccone- a no poner las manos en el fuego por nadie, pero confío en Amado”. Cristina Kirchner, por su parte, explicó en algún momento que ella sí estaba dispuesta a poner las manos en el fuego, pero sólo por tres personas de igual apellido: sus hijos y ella.

Tal vez la permanente apelación en cualquiera delos dos sentidos a esta frase de génesis medieval sirva, al revés de lo que parece, para licuar responsabilidades. Escándalos de corrupción como el que hace una semana ascendió a las primeras planas a partir de un audio supuestamente grabado en un restaurante casi siempre se tramitan en dos dimensiones paralelas. La política y la judicial. Que no sólo tienen reglas y tiempos diferentes, también las responsabilidades varían. Mientras en la dimensión judicial los jueces deben establecer cuándo un presidente tiene responsabilidades penales sobre delitos cometidos por un subordinado, en la dimensión política la sola selección de una persona para desempeñar un cargo ya conlleva una paternidad moral sobre ella. El involucramiento es mucho más significativo al existir corrupción sistémica.

Fue lo que sucedió en los noventa con el menemismo y este siglo con el kirchnerismo, las dos grandes corrientes peronistas que gobernaron el país durante la nueva democracia, ambas manchadas -en magnitudes diversas que siempre se discuten- por la extraordinaria multiplicidad de escándalos y causas judiciales relacionados con el uso ilegitimo del poder público para obtener beneficios privados. Milei prometió en 2023 que la Argentina dejaría de ser tierra fértil para la corrupción, pero eso es exactamente lo que los audios de Spagnuolo, aún de incierto origen, parecen venir a desmentir. Porque los audios no están referidos a un caso individual, aislado, sino que ofrecen como idea principal la sospecha de que el gobierno libertario estaría replicando la corrupción estructural de las épocas aborrecidas.

Milei se refirió en infinitas oportunidades a los “políticos corruptos” de la casta pero en los hechos estableció una discriminación caprichosa sobre el pasado. A la corrupción del menemismo la erradicó de su memoria para dejarle el camino despejado a una andanada de elogios sin matices prodigados a Menem por el manejo de la economía y por la transformación del Estado. Para el kirchnerismo reservó el monopolio de la malicia.

La realidad es que el primer expresidente que estuvo preso bajo el estado de derecho, Menem, enfrentó cuatro juicios orales y tuvo tres condenas, si bien ninguna quedó firme antes de su muerte, en 2021, cuando llevaba 16 años acorazado por los fueros de senador nacional. La reivindicación de la era menemista por Milei, lejos de ser una mera postura sobre historia, fue la plataforma para encumbrar a Lule Menem como armador político del oficialismo y a su primo Martín Menem como presidente de la Cámara de Diputados (y también como armador).

Portadores de uno de los apellidos más potentes de la política, ambos aparecen apuntados ahora por la denuncia más oblicua de (supuesta) corrupción que haya habido, anónima y a la vez personificada, o podría decirse, locutada por un hombre del Presidente que encima fue su abogado. A quien -para terminar de sumar confusión- el Presidente despidió sin explicaciones públicas.

No se sabe usado por quién o con cuánta determinación propia, Spagnuolo hace igual que Francella todos los papeles él solo: el de denunciante, el de acusador, el de corrupto y el de víctima de un ininteligible despido. Hasta veinticuatro horas antes muy pocos sabían quién era. Ni siquiera el tenso tratamiento parlamentario de los recortes en discapacidad había hecho famoso el edulcorado acrónimo Andis (Agencia Nacional de Discapacidad), de repente devenido familiar debido a la implosión de supuestas coimas estandarizadas. El sustantivo le pertenece a un Spagnuolo redundante: “esto está implosionado de adentro”, dijo en el primer audio.

Milei es un líder absolutamente original. Cada tanto conviene recordarlo. Desafía la letra de los manuales políticos tradicionales. Así llegó al poder, así se expresa, así hizo el ajuste. Los insultos son la parte más visible, también la más chirriante, de la anormalidad, que en primer lugar se constituyó con el apoyo sostenido de la mayoría a un presidente que redujo el déficit fiscal y fulminó la inflación tal como había dicho que haría.

Eso demostró que Milei es un muy buen “piloto de tormentas” -la virtud que él le atribuye a Carlos Menem-, siempre que la tormenta esté anunciada y se trate de economía. No se sabe si frente a un huracán que entra por la ventana sin que nadie lo hubiera previsto exhibirá la misma destreza.

Por el momento no se entiende el manejo de la crisis, en el que apenas sobresale una ovación a Karina Milei que les encargó a los alborozados mileístas en un acto partidario y el lapsus en modo barrial presumiblemente improvisado para denostar a los kirchneristas: “les estamos afanando los choreos”.

Silo que desnuda el Spagnuologate es una formidable corrupción estructural en el subsuelo, no hay manos en el fuego que valgan.

Las manos en el fuego no son un certificado eficaz de honradez, especialmente si el dueño de las manos forma parte del entramado que se denuncia. Que se sepa, ningún sospechado hasta ahora zafó de la desconfianza pública mediante esta bendición purificadora. Tampoco se probó muy útil en su versión por la negativa para tomar distancia de un par o de un subordinado. Pero la frase puede servir ocasionalmente en un apuro para saciar a un enjambre de movileros, no mucho más.

Más noticias
Noticias Relacionadas