La Real Academia Española emplea apenas cuatro palabras para definir el término trotamundos. Dice que se trata del “aficionado a viajar mucho”, pero cuando se conoce a alguien que podría encajar en esa acepción, da la sensación de que se queda corta. Porque la imagen popular escondida detrás de la palabra no detiene en la simple visión de una persona que se sube a un medio de transporte y se desplaza hacia otros rumbos, sino que se trata de una vivencia con connotaciones mucho más profundas.
Álvaro Bely Medina, 30 años, marcador central, cordobés que nunca perdió su acento, es el prototipo de un trotamundos. Hizo las valijas en 2016 y, a partir de entonces solo volvió a La Docta de vacaciones, o en algún paréntesis motivado por la falta de un equipo en el que enseñar sus cualidades futbolísticas. Arrancó por El Salvador, continuó un par de años en dos clubes muy diferentes de Perú, siguió por la zona cafetera del interior del estado de San Pablo, en Brasil, para acabar echando raíces en la lejanísima y gélida Moldavia, donde está cumpliendo su cuarta temporada, convertido en capitán y referente del FC Balti.
“Soy capitán desde la mitad del año pasado. Creo que me lo gané por la trayectoria y por el respeto a los compañeros y los cuerpos técnicos. En la ciudad ya me conocen y logré hacerme un nombre en ese fútbol. Trato de ser equitativo y dar el ejemplo para hacer las cosas bien. La verdad es que me gusta el puesto, quiero tener esa responsabilidad”, cuenta al respecto.
El mundo del fútbol es amplio, mucho más amplio del que aparece semana tras semana en las portadas de los medios digitales y las primeras planas y diarios en papel; o de los que puede verse y escucharse en todos los paneles de debate de medios y plataformas audiovisuales. Hay miles y miles de jugadores que deambulan por lugares en algunos casos ignotos, practicando el deporte que los apasiona. Y del mismo modo, representantes que no están en el top de su oficio y guardan en sus carpetas los nombres poco conocidos de chicos que no llegan a Primera División, pero enseñan sus virtudes en categorías de ascenso o ligas del Interior del país. Son quienes manejan la inmensa red de países y clubes que se nutren de futbolistas que no tienen reparos en abandonar su zona de confort, y dejar atrás familias y amigos, para ganarse la vida en sitios remotos y alejados del gran ruido. Así lo cuenta Bely Medina:
-Hay que estar preparado psicológicamente porque hay que estar acá en Moldavia, con el frío, con otro idioma, otra cultura. Tenés que adaptarte, y eso lleva su proceso. A mí, por mi forma de ser o por la experiencia de haber pasado varios años afuera, se me hace sencillo. Me lo tomo con mucha tranquilidad y sé lo que quiero, pero acá han llegado chicos de Argentina o de España, y así como vinieron se fueron. A lo mejor porque no estaban acostumbrados a otro estilo de vida, se pensaban que esto era otra cosa, no se tomaron muy en serio el sacrificio que hay que hacer para vivir del fútbol, o no son fuertes de la cabeza.
-¿Vos te adaptaste a todos los lugares donde estuviste?
-Sí, siempre tuve buena capacidad de adaptación. Nunca sufrí demasiado la lejanía, más allá de que hablo mucho con mis familiares y mis amigos de Córdoba. Hablar siempre hace bien. Y además, en todos los lugares en los que estuve me tocó estar bien con los compañeros de trabajo, tener buenas convivencias. Eso también ayuda.
-Estuviste en las inferiores de Belgrano, pero llegaste a jugar en primera en Las Palmas, un equipo de la liga cordobesa, ¿en qué momento y por qué decidiste ir a conocer el mundo?
-De chiquito tuve la ilusión de salir y jugar afuera si no se me daba la posibilidad de jugar en Primera División en Argentina. Un día, Darío Topo Gigena me acercó la posibilidad de irme al club Dragón, de El Salvador, y un poco por las ganas y otro poco por lo económico me fui. Tenía 22 años y desde ahí no dejé de dar vueltas.
El fútbol salvadoreño se sitúa varios metros por detrás de los más poderosos de Centroamérica. Muy lejos en el tiempo el recuerdo de Jorge Mágico González, aquel delantero que deslumbró a Diego Maradona en el Mundial de España 1982, pero que renunció por decisión propia a ser una figura de primera línea internacional –“No hubiese sido yo si dejaba de salir por la noche y hacer lo que me gustaba”, confesó más de una vez-, los salvadoreños miran con cierta envidia los progresos realizados por sus vecinos costarricenses o panameños. Dentro de esa medianía, el Club Deportivo Dragón no es un grande, aunque tuvo su momento de gloria justo antes del arribo de Bely.
-El equipo había salido campeón el año anterior y jugaba la Concachampions. Nos fue bastante bien, a pesar de que nos tocaron dos equipos muy fuertes: Portland Timbers, de la MLS, donde en ese momento estaban Diego Valeri y Lucas Melano, que había sido compañero mío en las inferiores de Belgrano; y Saprissa, de Costa Rica. Ir a jugar a los Estados Unidos y Costa Rica fue una experiencia muy linda, al margen de los resultados [Dragón disputó 4 partidos, con 3 caídas y un 0-0 de local contra los ticos del Saprissa]. Después, en el campeonato, quedamos en mitad de tabla.
-Eran años de mucha violencia en el país…
-Sí, yo estuve en San Miguel, que es la segunda ciudad después de San Salvador, y había que tener mucho cuidado. No andar de noche, ni solo; no podíamos usar zapatillas de color rojo, ni rosarios colgando del cuello, ni gorras, porque era lo que usaban los pandilleros de las maras.
-¿Tuviste algún momento difícil en ese sentido?
-No, nunca me pasó nada. Siempre me manejé dentro de los márgenes que me habían recomendado, no salía mucho. Uno siendo extranjero siente que te reconocen, que saben que no sos de ahí. Entonces hay que estar prevenido y tener un poco de precaución. Pero por otro lado, la gente era muy amable, tanto la del club y los hinchas como la del barrio en el que vivía. Nos trataban muy bien a los extranjeros, nos preguntaban todo el tiempo si necesitábamos algo, incluso los compañeros del equipo.
Si el fútbol salvadoreño carece de poder en el juego y en la economía de los clubes, el peruano lleva décadas conviviendo con un nivel de desorganización e improvisación que limita su posibilidad de volver a ser lo que fue en los años 60 y 70, época en la que Universitario, Sporting Cristal y Alianza competían de igual a igual con los equipos más fuertes de Argentina, Uruguay y Brasil en las Copas Libertadores, y la selección hasta se dio el gusto de dejar fuera de un Mundial a nuestro país.
Así, Bely Medina sufrió en carne propia las carencias estructurales del actual fútbol incaico en las dos escalas sucesivas que hizo en la tierra del recordado Teófilo Cubillas. La primera tuvo lugar en el histórico Sport Boys de El Callao, Lima; la segunda, en el Club Deportivo Serrato de Pacasmayo, un delicioso pueblo de playa ubicado al norte del país, entre Trujillo y Chiclayo.
-En Perú tuve mala suerte, porque jugué dos años en Segunda, aunque pude haber estado uno en Primera. Mi primer club, Sport Boys, estaba en la B cuando llegué y me fue bien. Fui titular toda la segunda mitad del campeonato, terminamos ascendiendo, y no pude seguir por una cuestión reglamentaria. En ese momento había un límite de tres extranjeros por equipo en Segunda, pero solo dos en cancha, y también había que incluir una cantidad de juveniles locales en la formación. Cuando subimos, el club fichó un argentino y un panameño y ya no hubo lugar para mí en el cupo.
-¿Entonces qué pasó?
-Ahí surgió la opción de pasar a Serrato, donde todo fue un auténtico desastre. Era un club muy mal manejado. Pasaron tres técnicos en menos de un año y como muchos compañeros vivían en Lima, cada 15 días viajábamos 10 u 11 horas en colectivo para ir a entrenar a la capital y volvíamos a Pacasmayo para jugar, una cosa de locos. Y encima no nos pagaban.
-Al menos la vida sería más relajada que en El Salvador.
-Eso sin duda. Pacasmayo es una ciudad chiquita, súper tranquila, el problema es que pasábamos casi más tiempos en Lima que allá.
-¿Estabas solo en Perú?
-Había otro argentino con el que nos apoyábamos mutuamente cuando las cosas empezaron a torcerse [Mario Montes, también cordobés], allá por agosto. Estuvimos tres meses sin cobrar, llegó un punto en el que nos cansamos, presentamos los papeles en el equivalente a Futbolistas Agremiados en Perú y nos volvimos. Al poco tiempo, el Topo Gigena me acercó la oferta de ir a jugar a Brasil.
[N. de la R.: En aquellos meses finales de la campaña de 2018, Serrato recibió tres goleadas por 8 a 0, una por 8 a 1, otra por 9 a 1 y terminó el campeonato con un 0-11 ante Unión Huaral. Al año siguiente no pudo pagar las deudas contraídas y desapareció].
-Después de lo vivido en Perú, Brasil te habrá parecido algo así como La Meca.
-Me gustó la idea. Linense es un equipo de la ciudad de Lins, en el interior del Estado de San Pablo y a unos 450 kilómetros de la capital, que juega la Serie 2 del torneo paulista, pero siempre está peleando por entrar en la serie 1, donde están San Pablo, Corinthians, Palmeiras, todos los grandes. Éramos tres cordobeses en ese equipo.
-¿Es fuerte la Serie 2 paulista?
-Muy fuerte. El año que jugué ahí estaban Mirassol, que ahora subió a primera; Ferroviaria, São Caetano…equipos con jugadores de gran nivel. Los clubes son serios, con muy buenos predios de entrenamiento y de canchas para las divisiones inferiores, es todo muy profesional. En lo futbolístico, Brasil fue el lugar donde más me costó entrar. Jugué muy poco en la Serie 2, después sí todos los partidos en la Copa Paulista y algunos de la Serie 3 al principio de la temporada siguiente, pero llegó la pandemia, hubo que parar y como no se arreglaba, me volví a Córdoba. Por lo menos me sirvió para aprender portugués. Ahora lo hablo fluido, algo que me viene muy bien, porque tengo tres compañeros brasileños en Balti y eso me ayuda para tener con quien hablar.
A Bely Medina jamás se le ocurrió pensar que la aventura brasileña que frustró el Covid-19 iba a continuar en un punto del mapa del cual ni siquiera conocía el nombre. Moldavia fue su inesperado destino. Un territorio apenas algo mayor que la provincia de Misiones, que integró la república soviética hasta 1991 y forma parte de la frontera occidental de Ucrania, aunque por historia, lengua y costumbres está más ligada a Rumania, que la rodea por el otro lado.
De acuerdo con los datos estadísticos ha sido el país más pobre de Europa (ahora, luego de tres años de guerra, lo es Ucrania), con ingresos anuales per cápita de 6.288 dólares, algo menos de la mitad que en Argentina y una décima parte que los de Dinamarca o Países Bajos. Y como si todo esto fuese poco, está dividido en dos: Transnistria, su franja oriental, se declara independiente, aunque ningún país miembro de las Naciones Unidas lo reconoce como tal, ni siquiera Rusia. Nada de esto amedrentó a Bely Medina, a quien la oportunidad le surgió de un modo sorprendente.
-Siempre que volvía a Córdoba me entrenaba con un profesor. Él me hizo el contacto con Rubén Gómez, un cordobés que había jugado en Bélgica, Ucrania y Rusia, donde tiene familia. En ese momento estaba en el Balti, todavía era jugador, pero comenzaba a moverse como representante. Me puse en contacto con él y me comentó que existía la posibilidad de sumarme. Sinceramente, al principio no sabía ni dónde estaba Moldavia, pero empecé a averiguar, saqué el pasaje y me vine. Ahora Rubén es el gerente deportivo del club.
-¿Cómo son los moldavos?
-Muy fríos, no son de juntarse como los latinoamericanos. Por eso siempre estuve conviviendo con chicos de otros países. Ahora estoy con un compañero de Guinea Ecuatorial, que habla español, y antes con brasileños que fueron pasando por el equipo.
-¿Sabés que en muchos puntos de Europa los moldavos tienen mala fama? Se dice que son ladrones y violentos.
-Ladrones no son, la verdad es que nunca he visto un robo. He andado de noche y es bastante seguro, nadie te molesta. Es más, vos dejás las puertas de casa abiertas y no pasa nada. Sí puede ser que llamen la atención por el tema de la pelea. El boxeo es un deporte que gusta mucho y la mala fama se puede entender por ese lado.
-¿La frialdad es lo más difícil para la adaptación?
-No, lo más difícil es el idioma. En Chisináu, la capital, en general se habla rumano, que tiene cosas en común con el italiano o el español, pero en Balti la mayoría de la gente lo hace en ruso, que es muy complicado porque incluso tiene un alfabeto distinto al nuestro. Y aprenderlo es un problema, porque acá nadie habla español. Entonces, si querés buscar un profesor primero tenés que saber inglés, y yo tenía lo básico que te enseñan en el colegio. El año que llegué estuve 4-5 meses estudiando inglés como para defenderme mejor, y ahora ya me metí con el ruso. Por lo menos ya puedo manejar lo elemental.
-¿Cómo es Balti?
-Es la segunda ciudad del país, un lugar tranquilo, con un lago bonito. Hay agricultura, un poco de industria, aunque sobre todo muchas empresas de transporte, de camiones que viajan a todos los países de Europa.
-Moldavia estuvo entre las noticias de actualidad debido a la guerra en Ucrania, ¿cómo se vive esa situación?
-Ahora está un poco más relajado, pero cuando comenzó lo fuerte, en 2022, se hablaba más del tema y de lo que podía pasar si los rusos venían para este lado. La realidad es que por acá nunca hubo un problema. La cosa estuvo más complicada en Tiraspol, la capital de Transnistria, porque ahí manda Rusia y es la zona del país que está pegada a Ucrania.
-Visto desde lejos, suena un poco loco eso de que coexistan dos países en uno.
-Pero es así, ahí son todos rusos, hasta la moneda es rusa y la gente no vota en las elecciones moldavas. Mirá, cuando nosotros vamos a jugar allá contra Sheriff Tiraspol, tenemos que presentar el pasaporte, porque si no, no te dejan entrar. Incluso ahora tenemos dos compañeros que son de Transnistria y se vinieron porque dicen que Moldavia no les pasa agua ni gas.
-Hablemos de fútbol. ¿Dónde colocás la liga moldava?
-Es bastante fuerte. La pondría a la altura de la primera de Perú, por ejemplo. Los equipos que pelean arriba y participan en las copas europeas tienen muchos futbolistas extranjeros que juegan en sus respectivas selecciones. Eso nos gusta a los rivales que estamos un poco más abajo, porque estás enfrentando a gente que jugó contra Italia, Inglaterra, Portugal, España o Francia. Imaginate lo que fue cuando el Sheriff clasificó a la fase de grupos de la Champions League. El mismo equipo que jugó contra Real Madrid y Roma, después lo hizo contra nosotros. El Sheriff marca la diferencia, porque su infraestructura y sus ingresos son mucho más grandes que los de cualquier otro club moldavo, pero al tenerlo como rival nos damos cuenta de que no estamos tan lejos.
-¿Cómo se juega el campeonato local?
-Somos 8 equipos. Se juega una primera fase a dos vueltas y los seis primeros nos clasificamos para una segunda fase en la que arrancamos otra vez desde cero y que define el campeón y la clasificación para las copas. Los dos últimos de la fase inicial arman una especie de torneo de promoción con equipos de la segunda para decidir los descensos y los ascensos.
-¿Y dónde está Balti dentro de ese contexto?
-De la mitad de la tabla para arriba. Siempre peleamos entre el tercero y el cuarto puesto, pero hasta ahora nunca pudimos meternos en una competición europea.
-¿Es un fútbol que hace más hincapié en la técnica, la táctica o lo físico?
-Diría que es más estratégico y físico. En general son bastante ordenados. Se juega bien cerraditos y después a dos toques, más bien directo que con tenencia de pelota, pero en todos los casos con el equipo moviéndose en conjunto. Si los delanteros van para arriba, los demás acompañamos desde atrás.
-¿Es un nivel que permite el crecimiento de un futbolista?
-En mi caso sí, crecí más en Moldavia que en el resto de los lugares donde estuve. Hace dos años y medio que tenemos un técnico muy bueno [Veaceslav Rusnac, que trabajó en el Sheriff y las selecciones juveniles del país], el contacto con jugadores de distintos países, la experiencia. Hay una suma de cosas que te hacen subir de nivel.
-Imagino que ya sos hincha del Balti, ¿y en Córdoba?
-Estuve cinco años en las inferiores de Belgrano, pero soy de Las Palmas.
-¿Tu vida de trotamundos seguirá detenida en Moldavia o ya pensás en la siguiente escala?
-Nunca me planteé hacer base en algún lugar porque en cualquier momento puede aparecer la posibilidad de mejorar, ya sea futbolística o económicamente. De hecho, tuve algunas ofertas en el último mercado para ir a otro lado, y siempre me hablan de Chipre, Malta o Grecia. Pero bueno, acá me insistieron para renovar, llegamos a un acuerdo y me quedé para alcanzar el objetivo de clasificar a una copa. Firmé por un año más, aunque con opción de salir en la ventana del verano europeo, junio y julio.
-¿Y el futuro?
-Podría seguir aquí, en otro país, o en Argentina si me llegara una linda propuesta. Ya empiezo a querer eso de estar más cerca de mi papá, mi mamá, mi hermano, mis amigos. Sigo mucho el fútbol cordobés, veo que hay un crecimiento muy grande, y estaría bien poder ver a los equipos de allá sin la diferencia de horario, porque la verdad que eso me liquida.
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