¿Qué es Toto? Con solamente cuatro letras, su nombre podría encerrar un sinfín de significantes; un almacenero de Balvanera, un nuevo ídolo del trap, o el perro comunitario de Villa Soldati. Y es esta última posibilidad la más cercana. En verdad, Toto fue el nombre misterioso que surgió en unas cintas, cuando una banda conformada por los mejores sesionistas top de California cambió su contrato social y decidió constituirse como grupo de rock, allá por 1977.
Se ve que para denominar a la banda sin nombre, que en un comienzo integraban David Paich, Jeff Porcaro, Steve Lukather, Bobby Kimball y otros accionistas, y dejar bien rotulado el demo no se esforzaron mucho y surgieron esas cuatro letras. Luego vendrían las búsquedas de significados, y el que más consenso logró fue el perro de la película El Mago de Oz, efectivamente llamado Toto.
Eran músicos virtuosos, eficientes y maleables, capaces de resolver una sesión compleja en un par de tomas, y por eso mismo muy requeridos. Dos de los miembros de Toto que se presentaron anoche en el estadio Movistar Arena de Villla Crespo tocaron bastante en Thriller de Michael Jackson, producido por Quincy Jones, un sibarita del sonido y la interpretación: Steve Lukather y el formidable pianista Greg Phillinganes.
Pero Toto, de arranque, se organizó como entidad y pegó fuerte con Hold the line, un tema que fatigó asaltos bailables poco tiempo después de finalizadas las efusividades del triunfo mundialista en 1978. ¿Quién podría pensar hoy que Hold the line fue de esos temas que llenaban la pista en tiempos de música disco? Deliciosas distorsiones del anacronismo.
Entre sus inicios y los años ’90, Toto se fue instalando como una banda sin imagen, sin ningún miembro carismático que permitiera una identificación fotográfica, pero con muchísimos hits. Esto persiste, aunque la permanencia de Steve Lukather como el único miembro original en la formación actual le haya otorgado ese lugar.
Cómo es Toto hoy
¿Pero qué representa Toto hoy para el común del público? Una canción que es continente: África, un número uno global en 1982 y que con el tiempo derivó en símbolo o en broma, de acuerdo al lugar del cerco desde donde uno decida verla. Un símbolo del portentoso sonido de los primeros años ’80, con Jeff Porcaro tocando ese ritmo tribal con una calidad que no ha sido superada, los teclados emulando marimbas y la voz inolvidable de Bobby Kimball bendiciendo a las lluvias africanas.
Desde los inicios del nuevo milenio, a ese sonido “ochentoso”, pulido, ligero y apto para la navegación se lo llamó Yacht Rock, en una etiqueta que para muchos es despreciativa y, para otros, orgullosa medalla de pertenencia a un tiempo donde la música tenía alta fidelidad, ponía en valor a las nacientes FM y dejaba atrás a los estereotipos chillones e irritantes del punk y sus asociados.
Toto posee unas cuantas hectáreas de esa comarca donde el verdadero rey es Christopher Cross. Pero Toto también es rock de academia, con habilidades desarrolladas en los tiempos en que el jazz-fusión era el cinturón negro de excelencia para un músico.
A primer prejuicio, uno podría pensar que el Movistar Arena estaría lleno de nostálgicos que pasaron la barrera de los 60 años, pero no: sí estuvo lleno, pero el público era de lo más heterogéneo, con muchos veinteañeros bajando el promedio etario; una audiencia inclasificable que no vivió los tiempos en que la playlist de Toto representaba el terreno más seguro para un musicalizador radial, pero que se encariñó con ese repertorio a fuerza de repetición. ¿La música de sus padres? Tal vez, pero también un gusto adquirido por consumo irónico, mención en redes o gesto rebelde ante la calidad de tercera marca que tienen los éxitos más resonantes del tiempo presente.
Toto no parece sorprendido por más fuertes que hayan sido las ovaciones, porque éste es un fenómeno a escala mundial. No es un movimiento sísmico, pero sí un nicho grande. Su sonido es imponente, aunque el sonidista no haya logrado anoche la calidad que la banda requiere; las canciones como Girl Goodbye del primer álbum no suenan a yate y parecen más un hard-rock confeccionado por ebanistas sofisticados.
Lujo, precisión, arreglos complejos, solos veloces: una máquina perfecta donde Lukather y los tecladistas se explayan con la única limitación de los compases asignados.
Toto fue en busca del nocaut desde la primera vuelta con el tema mencionado, Hold the line, 99 y Pamela, pero luego cayó en la indulgencia y en la democratización de los momentos individuales: sí, un solo para algunos de sus miembros más prominentes, y algunas versiones tocadas muy correctamente pero que lucieron como el saco prestado por un tío muy querido pero que verdaderamente no tenía el mismo talle.
Cuando Toto hace covers se transforma en una banda de fiestas: Little Wing de Jimi Hendrix, o With a Little help from my friends interpretada al estilo de Joe Cocker, no les sienta. Sobre todo, cuando a Toto le sobran las buenas canciones como lo demostraron cuando anunciaron un par de deep cuts, cortes profundos; temas escondidos que solo gozaron aquellos que los descubrieron dejando atrás la tierra de los hits seguros.
Si hubieran querido, bien podrían haber agregado otros hits que no estuvieron presentes en el celebrado repertorio del Movistar Arena, como Stranger in town, Manuela run o I won´t hold you back. Pero a una banda hay que juzgarla por lo que hace más que por lo que no hizo, y en la noche del viernes Toto hizo lo suficiente como para deleitar a una audiencia que ovacionó esas dos generosas horas de música. A tal punto que no hizo falta ningún bis. Después de finalizar con África, no había nada que agregar a ese menú que terminó con el postre que todos habían ido a degustar.
No todos los días se puede ir a escuchar a un grupo de músicos de altísimo nivel reunido en torno a un repertorio que en su mayoría contiene canciones que todos conocen, disfrutan y, si pueden, cantan.