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Pablo Semán: “Milei es el grito que estaba en el corazón de muchos”

Javier Milei, dice el antropólogo y sociólogo Pablo Semán, encarnó “el grito que estaba en el corazón de muchos”. Por eso resonó su discurso, dice, y por eso ganó la presidencia. Logró sintonizar con un malestar que comenzó a gestarse tan temprano como 2008, cuando el kirchnerismo manipuló los números del Indec, barrió a muchos “debajo de la alfombra” y generó, remarca, “una bomba de acción retardada”.

Semán tiene información y conocimientos para sostener sus ideas. Acumula décadas de investigación, estudio y reflexión sobre los sectores populares, escuchándolos junto a un equipo multidisciplinario con el que acaba de publicar Está entre nosotros. ¿De dónde sale y hasta dónde puede llegar la extrema derecha que no vimos venir? (Siglo Veintiuno Editores).

Esa pregunta no corre, sin embargo, para Semán, Sergio Morresi, Ezequiel Saferstein, Melina Vázquez, Martín Vicente y Nicolás Welschinger, quienes en el libro reconstruyen cómo surgió esta nueva y radical derecha popular, los desafíos que afronta y que, al mismo tiempo, presenta a los políticos tradicionales, como también los riesgos que encarna, tanto para sí misma y para la comunidad. Porque para Semán, “estamos ante un cambio de régimen constitucional”.

«Milei ha sufrido el ninguneo y el bullying, y ofreció la posibilidad de identificarse con él a todo aquel que ha sufrido algo similar»

En conversación con LA NACION, Semán cuenta las razones que lo llevaron a concebir el libro: “Nosotros pensábamos que se iba a dar un debate sobre la instalación de La Libertad Avanza como fuerza política aunque no ganara las elecciones. La idea libertaria vino para quedarse, aunque sea con otro nombre, y desató un debate entre todos los observadores de la política, desde políticos y periodistas hasta militantes y activistas de distintos espacios. Queríamos contribuir con explicaciones que no predominaban en el debate, donde minimizaban o negaban el fenómeno o lo abordaban en términos despectivos”. Afirma que se aplicaban concepciones de la ultra-derecha europea, cuando se trataba “de una experiencia de derecha radicalizada que surgió por otros carriles hace ya muchos años”.

Semán rememora y cuenta que, personalmente, tuvo la primera hipótesis de que el fenómeno estaba en camino en 2012. Para incluir una perspectiva histórica, varios de los investigadores que escriben en el libro, como Sergio Morresi y Martín Vicente, abordan la importancia de los procesos de las derechas y su renovación desde hace por lo menos 15 años. Por otra parte, señala, Ezequiel Saferstein, Melina Vázquez y Nicolás Weischinger llevan años estudiando aristas de lo que ahora a muchos les parece sorpresivo.

En el libro mencionan factores como el declive de socioeconómico, la interacción digital, la pandemia, el cuestionamiento a los partidos políticos, el individualismo o la mutación del vínculo entre el Estado y la sociedad… ¿Cómo surgió esta nueva derecha?

–Contra la idea de que se trata de un fenómeno global, casi como si La Libertad Avanza fuera una franquicia de la “internacional negra”, este proceso político surgió como reacción a una intención política de imponer una gran reforma cultural, con el kirchnerismo tratando de oficializar un punto de vista, de crear una hegemonía, que generó una tensión muy grande entre el Estado y el sentido común. Eso disparó la erosión política del kirchnerismo y un proceso de reagregación política en un polo cada vez más opositor.

Que se llevó puesto también a Juntos por el Cambio…

–Sí, en la medida que pudo ser visto como “cómplice” de ese sistema político, en un proceso que aprovechó varios dínamos que estaban ahí, como las redes sociales, que se fueron integrando al circuito de acción política, transformándolo, o todo el proceso socioeconómico que en los últimos diez años promovió un cambio muy fuerte en las formas de empleo que afectaron fundamentalmente a los jóvenes. Todo ese proceso creó nuevas formas de conciencia que afectaron mayorías que desde el kirchnerismo pensaron que podrían contenerlas con discursos sobre la solidaridad desde el Estado.

«La manipulación del Indec en 2008 fue como una bomba de acción retardada»

¿Cuánto influyó la pandemia en ese proceso?

–La pandemia catalizó aquel presente y provocó una mirada retrospectiva muy radicalizada sobre todo lo anterior. Cuanto más se extendió la pandemia en el tiempo, más crítica fue esa mirada retrospectiva, que dejó de ser patrimonio exclusivo de los jóvenes. Así fue como al principio podía afirmarse que los repartidores jóvenes eran el prototipo del votante de Milei, pero ese rechazo se expandió luego a sucesivos reclamos de libertad que a veces se referían a la posibilidad de comprar dólares o de trabajar.

O la más esencial de libertad ambulatoria.

–Sí, aunque cronológicamente, el germen de todo este proceso fue la interferencia sobre la libertad de percepción que trajo la manipulación del Indec en 2008. Fue como una bomba de acción retardada y en el kirchnerismo no se imaginan todo lo que dolió eso porque si se lo hubieran imaginado, no lo hubieran hecho. Estamos hablando de una sociedad que se sintió barrida debajo de la alfombra. Eso generó encono, al igual que las restricciones a la compra de dólares. Mucha gente sintió que no tenía cómo ahorrar, cómo capitalizar el resultado de sus esfuerzos en un país donde el futuro lo debe gestionar cada uno. Ese encono, entonces, enmudecido y relativamente poco canalizado contra el Gobierno, ya estaba allí antes de la pandemia y del pasaje a un régimen inflacionario más alto con Mauricio Macri y Alberto Fernández, cuando corroboramos además que cada esfuerzo que hacían los gobiernos para reparar el antiguo régimen era de rendimiento decreciente. Eso llevó a mucha gente a sentir que la situación no daba para más. La pandemia fue un terremoto: hubo gente que perdió ingreso, empleo, ahorros y vidas. ¡Cómo no iba a generar algo traumático!

¿Es Milei un líder o un síntoma de ese contexto?

–Milei es el grito que estaba en el corazón de muchos. Es quien mejor moduló ese reclamo del orden de lo traumático, más allá de que hay también una cosa consciente de estrategia política y otra más profunda: él ha sufrido la minimización, el ninguneo, el bullying, y ofreció la posibilidad de identificarse con él a todo aquel que ha sufrido algo similar, justo cuando retrocedía el antiguo régimen. ¡Cómo estaría el peronismo que hasta jóvenes de sectores populares que entrevistamos y que habían recibido beneficios estructurales del peronismo como empleo, remuneración y tierra urbana, no planes, ya en marzo nos decían con lágrimas que lo único que querían era que esto no siguiera como estaba! Si ahí era así, ¡imagínate en otros espacios por fuera del control político del peronismo!

«La política debe dejar de actuar al servicio de sí misma y autodepurarse»

Ustedes remarcan el error de equiparar a “liberales” con “gorilas”…

–¡Claro! Hay una operación política consciente de la fuerza libertaria para convertir al libertarianismo y al liberalismo en una fuerza política popular que saliera de la endogamia social que ellos percibían en el macrismo, más allá de que si comparamos al macrismo con el liberalismo de décadas atrás podemos afirmar que había democratizado y plebeyizado al liberalismo. Pero esto fue mucho más. Estos chicos se percibieron a sí mismos como los “peronchos del liberalismo”, corriendo en paralelo con una transformación en la sensibilidad popular donde los motivos libertarios se fueron instalando en la sociedad hasta darse un libertarianismo de masas que podía verse en expresiones de la cultura masiva, por fuera de las militancias, en un proceso de agregación, de convivencia de elementos que podrían ser contradictorios, pero muy parecido al fusionismo en las élites políticas. Eso generó que en cierto modo se superara el conflicto tradicional entre la derecha conservadora nacionalista y la derecha liberal. Se trata de un nuevo ideario libertario construido en la Argentina, no en Estados Unidos.

Otro concepto clave es el de “los mejoristas”. ¿Qué significa?

–Tiene que ver con el cambio de régimen laboral y de la forma en que se producen los bienes para un hogar, con muchísima gente apostando a su trabajo, en un sentido muy físico de la idea de trabajo como fundamento para mejorar, para progresar, para tener una vida mejor para ellos y para sus hijos a través del trabajo más que de la educación, a la que solo ven como un instrumento útil si sirve para trabajar mejor. El concepto sintetiza la esperanza de la movilidad social en una época donde primero muchos jóvenes y luego gente más grande concluyó que no hay Estado o que el Estado se transformó en un agente de daño o en un agente incompetente, aun cuando yo, personalmente, crea que si no hubiera Estado las cosas serían peores.

Pero la experiencia de muchos los llevó a ver al Estado como un obstáculo, no como una solución…

–Exacto. Las experiencias de esas personas se resumen en que el Estado les ofreció un desempeño decreciente durante los últimos diez años, con problemas de desempleo, de inflación, con un Estado que hace “mímica” o, al decir de Alejandro Galeano, que hace “presencias”, como una celebrity en una fiesta. Entonces yo puedo argüir que la educación pública es muy valiosa y que hay decenas de miles de buenos maestros, pero la experiencia negativa del Estado que muchos vivenciaron los lleva a pensar que el Estado no está, ni que pueden esperar que aparezca para resolver la diaria.

¿Cómo debería reaccionar la política tradicional ante este cuadro?

–Muchos políticos no son conscientes de hasta qué punto han generado un conjunto de protecciones para sí mismos que les permite vivir alejados del resto de la sociedad, pero consumiendo una información totalmente viciada sobre esa sociedad, que proviene de consultores, de periodistas y de nosotros, los académicos. La política quedó entonces desubicada respecto de todas las transformaciones que ocurren sobre pobreza o productividad de algunos sectores y ni siquiera pudo calibrar bien la pandemia, al punto que ni siquiera tuvo el gesto de autoasignarse una pérdida como habría sido bajarse el salario. Entonces, ¿qué debería hacer la política? Bueno, primero entender; segundo, actuar en consecuencia: dejar de actuar al servicio de sí misma y autodepurarse, como sucedió de alguna manera desde 2001 y hasta 2004

Cuesta pensar que haya políticos que decidan pasarse a retiro…

–Una derrota como esta debería separar las cabezas de los corazones. A lo largo de estos 40 años de democracia hemos acumulado capas geológicas de la política como nunca antes. Y la desconexión resulta evidente cuando, por ejemplo, esperás que 3 millones se presenten para pedir el IFE [por el Ingreso Familiar de Emergencia que se creó durante la pandemia] y aparecieron 11 millones, ¿no? De hecho, yo creo que las organizaciones sociales son positivas y que su intermediación es necesaria porque actúan como polea de transmisión de reclamos y porque muchos líderes de esas organizaciones son más conscientes de la situación que muchos políticos, aunque también tengo que reconocer que entre los asistidos encontramos últimamente una demanda de libertad: reclaman que les exigen mucho para lo poco que reciben.

Lo que plantea sobre muchos políticos me recuerda al concepto de “casta política” que enarbola Milei y que tanto resuena en el electorado.

–La política funciona en la sociedad como un “ellos”/“nosotros”, que el término “casta” capta muy bien, más allá de que la definición que tiene Milei es totalmente arbitraria. El concepto se monta sobre la erosión de un modelo productivo que crujía hacia 2008 y que para 2011 ya era crítico, que exigía asignar pérdidas, pero que cada fracción política evitó resolver para dejárselo a la otra como si jugaran al huevo podrido, aunque la situación se agravaba cada día más… Hasta que llegó alguien de afuera y tomó el huevo podrido.

Es natural que nadie quiere asumir el costo de ser Celestino Rodrigo.

–La asignación de pérdidas tal vez no exige un Celestino Rodrigo, sino un acuerdo que no sea dinamitado por la lógica cortoplacista de la política, donde muchos creen que su victoria es la victoria definitiva de lo que proponen, aunque nunca lo sea. De hecho, tenemos políticos que al ganar creen que gobernarán por 8 años, pero luego vemos que no ocurrió con los últimos dos presidentes y creo que también le puede pasar a Milei.

¿Ve posible que la adhesión masiva que cosechó Milei en las urnas se fidelice en el mediano plazo? De ser así, ¿podría conllevar una redefinición autoritaria del sistema político actual?

–Tal como está, el conflicto político se salió de los cauces normales y, aunque sigue habiendo elecciones, se rompió el sistema político. Estamos ante un cambio de régimen constitucional, en el sentido que brinda el norteamericano Bruce Ackerman, quien alude al conjunto de prácticas y actores y repertorios que interpretan y le dan sentido a una Constitución independientemente del texto y sus enmiendas. Sí, creo que afrontamos un reordenamiento del régimen, con cuestionamientos a los derechos a la protesta, a la inclusión, a la educación e, incluso, al federalismo. Ese es el drama que veo en puerta.

En su libro remarcan que los mejores discípulos de Gramsci, al final, fueron los libertarios, no los kirchneristas. ¿Cómo es eso?

–[Sonríe] El cristinismo confundió la “batalla cultural” con la oficialización de un punto de vista desde el Estado, incluso contra la sociedad civil, y eso creó ansias de libertad. Aquellos que se sintieron afectados por esa ofensiva reaccionaron desde la sociedad civil, desde donde dice Gramsci que hay que reaccionar contra la reforma cultural que querían imponer desde arriba.

¿Ve hoy un riesgo para los libertarios?

–Me parece que corren el mismo riesgo que La Cámpora o el macrismo: creer que tienen la vaca atada y garantizada la eternidad porque ganaron una elección con más del 50 por ciento. Ya afirman que ellos deciden quiénes integran la “casta” y quiénes no para evadirse de ciertas contradicciones. Avanzar por esa senda conllevaría un ataque de ceguera por arrogancia muy parecido a los que padecieron otras élites políticas más tradicionales.

Pablo SemánRicardo Pristupluk – La Nacion

Pablo Semán es sociólogo (UBA) y doctor en Antropología social por la Universidad Federal de Rio Grande do Sul. Sus investigaciones se han centrado en las experiencias religiosas, musicales, literarias y políticas de los sectores populares.

■ Es investigador del Conicet y profesor del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam).

■ Escribió varios libros, entre ellos La religiosidad popular. Creencias y vida cotidiana (Fondo de Cutura Económica) y Vivir la fe. Entre el catolicismo y el pentecostalismo, la religiosidad de los sectores populares en la Argentina (Siglo XXI).

■ Acaba de coordinar la publicación del libro Está entre nosotros. ¿De dónde sale y hasta dónde puede llegar la extrema derecha que no vimos venir (Siglo XXI), con textos de varios autores.

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