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Prohibir el uso del lenguaje inclusivo o restablecer el orden conservador

Los libertarios no quieren ser llamados así, tampoco neoliberales y menos aún conservadores. Sin embargo, estos tres campos ideológicos vienen de una familia que dice odiar al Estado pero justifica su existencia, en tanto lo necesitan para sus fines ideológico-políticos. El Estado siempre fue clave para los neoliberales sino: ¿Cómo se hace para prohibir la libertad?

Cuando Milei prohíbe el uso del lenguaje inclusivo en los documentos de la administración pública, no sólo confirma que la libertad es un chicle a gusto del que la reglamenta, sino que además se erige en su dueño. Aspira a controlar los límites de la libertad donde opera el Estado –la administración pública– y sobre todo de la inclusión que se niega.

Hasta aquí parece una versión breve de un tirano narcisista. Sin embargo, se trata de un proyecto sólido donde el Estado tiene un papel fundamental.

El padre de muchos de los neoliberales, Milton Friedman, escribe “Neo-Liberalism and its Prospects” para destacar que la palabra neoliberalismo referiría a una nueva perspectiva de reelaboración del liberalismo en relación, sobre todo, al papel del Estado. Esto en el contexto de la crisis del liberalismo y de lo que los teóricos neoliberales diagnostican en la década de 1950 como un intervencionismo estatal de sesgo colectivista (medio comunista).

En el artículo citado, Friedman afirma que el Estado debe intervenir para crear condiciones claves para la competitividad, entre otras cosas, en tanto ya comprobaron que “el dejar hacer” o sea la libertad plena, no construye sociedades, más bien destruye hasta las propias condiciones de la productividad. Por ello, Friedman considera la creación de leyes antimonopolios, para evitar que la ambición de máxima rentabilidad de los sectores poderosos impida la libre competencia. 

Así como en lo económico el Estado es central para el neoliberalismo, en lo social y cultural también. Es desde allí donde se construye el modelo de sociedad que requieren: totalmente conservador de un orden liberal originario, donde todos acepten que el orden es jerárquico, no igualitario (para los neoliberales esto es “comunismo”). Así la desigualdad de clase, de raza, de genero y toda otra será asegurada desde el Estado.

Y aquí debemos considerar cómo construye su propia batalla cultural la derecha. En este caso, al prohibirse el lenguaje inclusivo se crean las condiciones propicias dentro de la propia administración pública, para que los ‘parásitos’ (así llamaba Adam Smith a los funcionarios del Estado) sean los primeros que reconvengan sus ideas de tanto repetir el sentido contrario a las mismas, y si los funcionarios aprenden, la primera batalla cultural está ganada. Porque desde allí se dirige la batalla cultural social; el timón social es el Estado.

Estas explicaciones permiten encontrar un patrón en los comportamientos de líderes de la derecha y un hilo conductor entre sus acciones personales y actos de gobierno, que a veces  parecen espasmódicas o sin sentido: visitar al Papa (cuando se lo despreció), valorar la familia de personas humanas (cuando antes era la de los perros), mostrarse heterosexual, negar el derecho al aborto.

Liderazgos autoritarios, misóginos, patriarcales, antidemocráticos, represivos sociales, porque la violencia de desposesión y exclusión que implica el neoliberalismo requiere actos de salvataje del orden que conserve los patrones patriarcales, desiguales y excluyentes.

Finalizo, como ya lo he hecho, con una serie extraordinaria que representa esta unión entre neoliberalismo y conservadores. ‘Mrs. América’, con Cate Blanchett encarnando a Phyllis Schlafly como la principal oponente a la ratificación de la Enmienda de Igualdad de Derechos (ERA) y mujer del sector conservador estadounidense, muestra la lucha del movimiento feminista emblematizada por Gloria Steiner en la década de 1970, en conquista por los derechos de la mujer. Si bien se aclara que algunos de los hechos son ficticios, la mayoría de las escenas refleja, de una manera bastante similar, los acontecimientos verdaderos de ese entonces.

Pyllips no es una ama de casa furiosa con las feministas, no defiende la vida doméstica, ella misma quiere ejercer su libertad, y sabe que necesita ejercer poder, por eso sostiene: “Defendemos la libertad de las mujeres a elegir cuidar las familias, núcleos de los valores estadounidenses” y para ello es candidata a la Cámara de Representantes. Es una mujer con la claridad de que los valores familiares son los únicos capaces de defender un sistema en el que la vida, la libertad y la defensa de la propiedad privada, propios del neoliberalismo, son esenciales para sostener al sistema estadounidense. Maravillosa la escena en la cual para justificar su lucha dice Phyllis Schlafly en la serie –con la voz quebrada y la angustia en su rostro–: ¿Por qué Dios pondría este fuego en mi interior si no es porque quiere que actúe por él?.

Los libertarios, neoliberales y conservadores se unen por una ley: el “otro”, el distinto, es un subvertor de valores, ya sea de la ley de Dios, de la moral, o del santo padre de familia neoliberal.

* Docente e investigadora de la UNC. Directora del programa de investigación del Centro de Estudios Avanzados de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNC.

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